¿Es Moral y Cívica la solución al problema educativo dominicano?

Por Francisco A. Morbán
Uno de los debates más recurrentes y polémico en materia educativa en la República Dominicana es el retorno de la asignatura “Moral y Cívica”. Cada cierto tiempo desde Ministerio de Educación resurge la idea de que incluir esta materia en el currículo escolar, como si por arte de magia resolverá los males del sistema educativo y la descomposición social.
Sin embargo, surge una pregunta inevitable, que se escapa desde una esquina del pensamiento crítico: ¿cómo se pretende enseñar moral desde instituciones dirigidas, en muchos casos, por funcionarios que actúan con escasa integridad moral?
No se puede enseñar lo que no se practica. Hablar de moral desde posiciones de poder político o administrativo sin un comportamiento coherente con esos valores es un ejercicio de cinismo institucional. La ética no se predica desde el discurso, se demuestra con el ejemplo. Como advertía Aristóteles, “educar la mente sin educar el corazón no es educar en absoluto”.
Es decir, la educación moral no puede basarse únicamente en normas impuestas, sino en la práctica ética cotidiana de los que enseñan y gobiernan, ya que esta sería una enseñanza infundada y vacía. Por tal razón, los estudiantes omitirían lo poco que puedan aprender sobre moral y civismo.
En lugar de promover una asignatura que en muchos casos se convierte en un listado de buenas intenciones y manuales de urbanidad descontextualizados, deberíamos apostar por el fortalecimiento del pensamiento reflexivo en las aulas. Aquí entra en juego una gran ausente del currículo escolar, la Filosofía.
Esta disciplina, relegada y subestimada por décadas, podría ser una poderosa herramienta para formar ciudadanos verdaderamente críticos, capaces de comprender su entorno, cuestionarlo y actuar con responsabilidad.
La Filosofía no impone valores prefabricados, sino que enseña a pensar. Desarrolla en los estudiantes la capacidad de razonar, argumentar, dudar, y sobre todo, preguntar. En una sociedad donde el pensamiento automático, la obediencia ciega y la superficialidad dominan, la filosofía representa una forma de resistencia intelectual.
El filósofo y pedagogo estadounidense John Dewey sostenía que “la educación no es preparación para la vida; la educación es la vida misma”. Para Dewey, enseñar no consiste en transmitir valores abstractos, sino en construir un espacio de experiencia crítica donde los estudiantes puedan reflexionar, decidir y actuar éticamente desde la comprensión, no desde la imposición. En este sentido, una clase de filosofía activa, participativa y situada en la realidad nacional, tendría más impacto formativo que muchas horas de moral doctrinal.
Por otro lado, Paulo Freire, referente latinoamericano de la pedagogía crítica, afirmaba que “enseñar no es transferir conocimiento, sino crear las posibilidades para su propia producción o construcción”. Una educación verdaderamente transformadora no puede limitarse a dictar qué está bien y qué está mal; debe, en cambio, ayudar al estudiante a descubrirse a sí mismo como sujeto libre, capaz de pensar por cuenta propia y de cuestionar el mundo para transformarlo.
Imaginemos por un momento que en nuestras escuelas se impartieran contenidos como la teoría del conocimiento, los dilemas éticos, la filosofía política, la lógica formal o la historia de las ideas. ¿Qué pasaría si los jóvenes dominicanos aprendieran a analizar críticamente las “verdades” que se les presentan en los medios, en la política o en la religión? ¿Qué pasaría si, en lugar de memorizar normas, aprendieran a interrogar la realidad con profundidad?
Como concluye la filósofa contemporánea Martha Nussbaum, “la educación para la ciudadanía global requiere desarrollar capacidades críticas, empatía y pensamiento reflexivo. Sin esto, las democracias no sobrevivirán”. En un país donde la desigualdad social, la corrupción y la violencia han lacerado los lazos de convivencia, no basta con apelar a la “moral”, hace falta formar seres humanos capaces de pensar, dialogar y actuar con ética fundada en la razón, no en el adoctrinamiento.
No se trata de oponerse a que se enseñe moral o civismo. Es necesario que nuestros estudiantes comprendan el valor del respeto, la convivencia pacífica, la honestidad y la solidaridad. Pero eso no se logra con discursos vacíos ni con asignaturas diseñadas para complacer a sectores conservadores o calmar ansiedades sociales. Se logra sembrando en los estudiantes la semilla del pensamiento autónomo.
Finalmente, no es “Moral y Cívica” la solución al problema educativo dominicano. La solución es más compleja y estructural. Formar sujetos pensantes, no repetidores de normas, ciudadanos activos, no sumisos. Y para eso, la Filosofía no es un lujo, es una necesidad educativa urgente.